Sigo pensando que la idea que algunos defienden, de un
contubernio universal dirigido hacia el dominio de una miniclase, no es más que
un guión de película.
Y ello pese a que pueden localizarse algunas situaciones de
estrategia que han podido llevar a pensar en la certeza del contubernio
mencionado.
Por los años, a uno le han tocado varios sistemas
educativos. Unos como ente pasivo y otros como ente activo. De todos ellos hubo
uno ilusionante (1970) y otro que parecía serlo (1990). Otros varios se truncaron
y no les permitieron desarrollarse.
El marcado por la famosísima Logse (1990) ha sido, a mi
juicio, el más determinante para los tiempos que vivimos. Nos cogió
inicialmente en un momento de desarrollo democrático, altamente ilusionante,
porque fuera de él se veían muchas cosas nuevas, otras se notaban y algunas más
de intuían.
Entre los principios que aguantaban aquel sistema que nacía,
estaba el de evitar una enseñanza “memorística”. La memoria dejaba de ser una
cualidad que se desarrollaba con el trabajo (igual que otras cualidades). Se
nos decía que era absurdo memorizar hechos, fechas, datos… Sencillamente porque
iban a estar muy a mano cuando los
necesitásemos. Para ello únicamente habría que desarrollar cualidades que nos
enseñasen a buscar. Prácticamente todo el mundo estaba de acuerdo y siempre se repetía
el mismo absurdo: ¿para que me ha servido a mi conocer la lista de los Reyes
Godos?. Como si educación y utilidad fuesen la misma cosa. Lógicamente cuando la gente tiende al
descanso y al hedonismo, es fácil tirar de parábola torticera (que luego
repetirá todo el mundo). Y así se comenzaron a imponer determinados
instrumentos de aprendizaje y los docentes no parábamos de investigar, crear, copiar,
etc. Conseguimos que la capacidad al final se quedase en “apreciación” y ésta
se hacia en base a un concepto difícilmente medible como la madurez. Incluso se habló durante algún tiempo de que
desaparecerían los libros de texto. Se trataba de elaborar multitud de
instrumentos que facilitaran el trabajo de los alumnos. Y ello aunque al final
el resultado fuese el que ahora tenemos. Las fichas famosas, de colores,
sencillas, los crucigramas, las sopas de letras… Todos instrumentos que hacían muy
fácil el razonamiento inmediato. No necesitaban apenas acudir a la retención de
datos en la memoria para ejercer la inteligencia, cuando sabemos que ésta es la
capacidad de ordenar y utilidad los datos de aquella.
Así (aunque habría mucho más que señalar), llegamos,
ayudados incluso por las nuevas tecnologías, a oxidar totalmente esa facultad invisible
que a los humanos nos permite además, razonar.
Pero la memoria nuestra que ha desaparecido (casi), ha
pasado a manos de otros. No recordamos ya, ni nuestro numero de teléfono.
Decimos que no hace falta porque, además de no llamarnos a nosotros mismos,
si nos lo piden lo tenemos en la memoria…
del teléfono.
Como consecuencia, hay algunos que manipulan la memoria para
clasificar a determinadas personas; para señalar que lo que para unos es
virtud, para otros es pecado; para contarnos como han sido algunas cosas y los
que las hemos vivido sepamos que no fue así. Claro, utilizan la memoria que
otros han conservado a su antojo y repiten hasta la saciedad cosas que son
mentira.
Es la consecuencia de habernos dejado arrancar la memoria.
La que era fundamental para el estudio y la formación personal. Incluso cuando había
sido manipulada porque entonces eran pocos –y con pocos medios-los
manipuladores. Ahora, desmemoriados, somos capaces de aceptar cualquier versión
que nos comenten que sea “políticamente correcta”.
Intuyo que estamos en los inicios de un declive que, si no
se detiene, nos llevará al caos. Para luego volver a empezar.
Reflejo de todo lo anterior es la cantidad de escritos y
artículos que ahora critican los ajustes económicos y que no recuerdan –no tienen
ni siquiera la memoria reciente- cómo hemos llegado a estos lodos. Está claro,
entonces, que el sistema educativo ha funcionado. Aquello de “los que olvidan
el pasado están condenados a repetirlo” ya no vale. Porque parece que todos
hemos olvidado el pasado y por tanto… volveremos a repetirlo.
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