jueves, 22 de enero de 2015

EMPATIA


Cada día recuerdo con más añoranza, una visita realizada a Alemania en 1975. El objeto era conocer la política de sociojuventud alemana de entonces (básicamente las Jugendhaus) para contrastarla con la que entonces se seguía en España. Los alemanes pusieron a nuestra disposición dos jóvenes intérpretes universitarios que dominaban perfectamente el español. Ambos eran hijos de emigrantes españoles y nacidos en Alemania.

Sin embargo mi mayor recuerdo de entonces era la empatía que entre ellos se tenían. Y esto no sería destacable si no fuera porque ambos eran militantes de los dos partidos mayoritarios en Alemania:  el SPD (socialista), y la CDU (cristianodemócrata) .

Como se pueden imaginar, tanto por la fecha de la que hablo, como por nuestra edad de entonces, en los desplazamientos y ratos de ocio la conversación siempre tiraba por el lado político. Y mi admiración –y la de algún compañero- se fijaba, fundamentalmente, en el sosiego con el que hablaban de posturas opuestas, incluso reconociendo en ocasiones que en ciertos temas, tenía quizás más razón el otro. Eso que ahora conocemos como empatía, palabra que entonces traducíamos (por no existir), como “ponte en el lugar del otro”.

Cualquier tema que se tocase y que tuviese vertiente partidista, era defendido con argumentos por uno y por otro, sin pisarse, sin elevar la voz, escuchándose, aportando datos y argumentos e incluso felicitándose cuando el otro decía algo cierto.

Y en aquel momento creía que, cuando nosotros (España) entrásemos en esa forma de hacer política, con participación ciudadana, íbamos a ser igual o algo parecido. Podríamos contrastar opiniones, buscar puntos de encuentro, y ello sería fácil porque el objetivo iba a ser el mismo, fuese cual fuese nuestro pensamiento.  Pero no. No ocurrió eso.

Al principio –en los primeros años-, quizás por el miedo a repetir dramáticos hechos, cierto que había un general respeto hacia el otro, incluso se hablaba dejando hablar, y me atrevo a decir que, como funcionario, me sentí tan libre, que aquella sensación empezó a truncarse a mediados de los ochenta y no he vuelto a sentirla.

 Y recuerdo a aquellos jóvenes intérpretes alemanes (de los que me ha quedado la sensación que relato porque no recuerdo ni sus nombres) que me hicieron soñar con algo deseado hasta que otros españoles (políticos profesionales) se encargaron de romper mi sueño.