martes, 17 de marzo de 2015

BARULLO


Hace algún tiempo leía unas declaraciones de Gustavo Bueno en las que le preguntaban sobre su valoración de las elecciones vascas y gallegas y venía a decirle al periodista que siguiendo a Pitágoras, prefería el silencio a la vista de que lo que iba a aportar no lo mejoraría.

Y me vino al recuerdo aquellas clases en Gijón, en la antigua escuela de Peritos, cuando iniciaba su andadura la Facultad de Psicología y él daba clases. Lo de dar clases era algo retórico porque en aquel corto espacio del aula, donde en el estrado a su alrededor se situaban –en el suelo- sus seguidores y seguidoras, los que llegábamos un poco antes de la hora ya teníamos que quedarnos en el pasillo. Y no para escuchar el tema del día, sino para escuchar una perorata política que era lo que realmente nos atraía. Después de la diatriba y soflama correspondiente (vivía, por poco tiempo ya, Franco), sonaba el timbre de finalización de la hora y nos pedía que esperásemos diez minutos durante los cuales, ahora sí, daba una clase excelente y breve.


El cambio que ha dado aquel Gustavo que se lió a golpes en un plató de TV con otro de cuyo nombre no me acuerdo (lo cual da idea de sus aportaciones científicas), ha sido memorable pero, a mi juicio, consecuente.

Sin embargo no era mi intención hablar de Bueno. Sería una temeridad por mi parte. La intención es hablar del barullo que él declara y yo confirmo, que existe en la sociedad actual cuando se habla de cualquier cosa. Y como de lo que más se habla (aunque les pese a los futboleros) es de política, el barullo al que se refiere Bueno se convierte en ruido permanente. Y la sociedad se conforma con el barullo y el ruido, porque los que hablan nunca dan argumento. Bueno dice que no lo hacen porque todo es inmediato y no tienen tiempo de argumentar. Ahí no estoy de acuerdo con él. Aún siendo cierto que el tiempo es escaso, el que tiene argumentos y didáctica para exponerlos, seguro que lo hace suficientemente. Yo creo que los que hablan, generalmente no tienen argumentos. Y tan es así que los políticos –y Bueno debe saberlo- reparten “argumentarios”  entre sus representantes para que todos digan lo mismo: generalmente ocurrencias pero no argumentos.

Y la sociedad aborregada (¡cómo echo de menos aquella década de los 70¡), entra al trapo y no solamente acepta, sino que repite, las mismas frases, e incluso las mismas palabras. El reflejo más claro son las tertulias de los medios y sus tertulianos. Hablan de conceptos sin conocerlos pero dando la sensación de que los dominan. Nadie les pide que argumenten y si alguno lo hace, siempre dicen aquello de “el tiempo en la radio, en tv, etc, no permite ir mas allá”. Y así nos va.

Cuando alguien intenta dar argumentos se le tacha de pesado. No se le quiere escuchar.

Lleven esta reflexión a los temas actuales y verán que es cierto. Nadie lo explica porque  no hay tiempo. O al menos eso dicen…