jueves, 22 de abril de 2010

El dedo en el ojo

Desde hace algún tiempo y, merced al estrellato de algún juez muy conocido, vemos como nuestros políticos –unos más otros menos- desbarran de una manera estrepitosa, jugando al pimpampum con uno de los tres poderes del estado (quizás porque ellos ocupan los otros dos y en el fondo les gustaría ocuparlos todos, igual que hacían sus papás.

Y a todo esto, el poder judicial ni mu. Podrían, utilizando los mismos argumentos de la libertad de expresión mal entendida, criticar las acciones u omisiones del parlamento y del gobierno, pero, de hacerlo tendrían que atenerse a las consecuencias…

Hace algún tiempo, algún político de los nuestros, cuyo poder casi supera en años a los del dictador, dijo aquello de que Montesquieu había muerto. Siempre que se cuestionan los elementos básicos de la democracia, están los socialistas detrás. Su aspiración (ideológica) es tender a controlarlo todo porque parten del principio de que los ciudadanos son tontos. Y a fuerza de que estamos comprobando dia a dia que casi tienen razón, surge de cuando en cuando alguien que les lleva la contraria.

Es impresentable que alguien que en su tiempo ha tenido responsabilidades importantes, pueda decir, sin que no le pase nada, que los miembros del TS son unos criminales… Cuando esto lo dice un alcalde de Jerez, o un miembro de la innombrable banda terrorista, se le procesa y punto. Pero si lo dice alguien cuyos últimos cometidos han estado al servicio de la dignidad, persiguiendo la corrupción (no debió hacerlo muy bien, porque parece que aumenta), no pasa nada. Como mucho le dicen que está mayor y como tal, dentro de una cierta demencia que le impide distinguir la realidad de su ficción. Pero lo grave es que están de palmeros, gente con responsabilidades importantes hoy mismo. Y lo más grave es la resignación que se observa en la ciudadanía y que llega incluso a señalar, cuando una y otra vez observa la hipocresía e incoherencia de los políticos, que “como son políticos…”. Deja en segundo plano las consecuencias de la utilización torticera, cuando no delictiva, del lenguaje, al pervierten en su boca un dia sí y otro también.

A veces se me ocurre que la única diferencia (y realmente importante por supuesto) entre la dictadura y la democracia, está en el voto. Uno cree que, desgraciadamente, el voto está muy manipulado, por la publicidad, por el sistema (no es un hombre un voto), y por la falta de compromiso real (incluso jurídico), de los depositarios del voto. Algunos creen que se les da un cheque en blanco, cuando realmente lo que se les da es una aprobación para que aplique lo que ofrece. Y a esperar cuatro años, que no parecen nada, pero son suficientes para cambiar un país, e incluso para empobrecerlo de manera difícil de remontar. A la vista está la situación actual.

Por ello habría que buscar algún sistema para corregir los excesos de los políticos e incluso para exigirles responsabilidades si se apartan –o no cumplen- lo que habían prometido. Pero se estima prácticamente imposible. El hombre se ha putrefactado tanto que lo que eran sus principios están ahora en decadencia; lo que eran sus virtudes, se estiman ahora horteradas, y lo que era su capacidad racional, en este momento también está en cuestión. Está claro que por este camino vamos al final del ciclo, y desgraciadamente sabemos lo que ocurre al final de los ciclos.