jueves, 29 de mayo de 2008

Periodistas y políticos ¿intocables?

A nadie (o a casi nadie) escapa el hecho de que los ejercientes de las profesiones del título están habitualmente protegidos por patentes de corso, en función –al parecer- del ejercicio de la libertad que, a fuerza de no ser vetado, necesita unos márgenes de indulgencia elevados.
La gente (o mucha gente), tiene como referencia de opinión, tanto lo que recogen los medios de comunicación (diversos) como lo que opinan los políticos (también diversos). No dispone mucha gente de un mínimo de criterio que le permita opiniones argumentadas porque resulta en general más fácil, coger tal o cual opinión de un medio de comunicación o de un político.
Así cuando un político llama delincuente a otro, está ejerciendo una libertad de expresión que no se le permitiría a un ciudadano de a pié. En el primer caso hay una especie de “derecho de pernada” y lo que dice, lo dice sin ánimo ni dolo, sino expresando una opinión políticamente aceptable. No hace falta que demuestre nada. Vale su palabra.
Con el periodista ocurre lo mismo. En ocasiones se inventa noticias que pone en boca de personas entrecomillándolas, simplemente para provocar respuesta y abrir la nómina de crispación o chismorreo que le facilitará el sueldo. Si se le pide que demuestre lo que recoge, se refiere a “fuentes bien informadas” “anónimas””que no quieren salir en los medios”, etc, acogiéndose a su secreto de “confesión”. ¡Vaya forma de desbragar algo tan sagrado y no precisamente solo en el sentido religioso!.
Indudablemente el titulado periodista ha tenido que formarse en un sentimiento ético e incluso, aunque no de manera explícita como los médicos, acogerse a un juramente similar al hipocrático. Pero en la realidad parece un juramento hipócrita. Precisamente esa línea es muy observable en los profesionales de los medios (los que profesan) aunque no tengan una formación ética mínima. Se acogen a lo que se lleva y provocan situaciones que, quienes las conocen, saben que o no existen, o son muy diferentes, pero en cualquier caso, no noticiables. Son ellos los que las hacen noticiables y curiosamente comienzan a ser ciertas, cuando alguno entra al trapo queriendo aclarar su inexistencia.
Finalmente llama la atención que, cuando un empresario hace publicidad falsa, se le pueda enchironar, y existe legislación suficiente al respeto. Sin embargo, cuando un político incumple lo prometido (publicidad mentirosa), no solamente no se le enchirona sino que, en las elecciones no se le tiene en cuenta.
Lo mismo ocurre con algunos periodistas (incluso los de pueblo). Inventan cuestiones que luego desaparecen porque no existen. Y no pasa nada. Les sugiero que hagan seguimiento de algunas de ellas.

jueves, 8 de mayo de 2008

El honor de una camiseta

Para escacharrarse de risa, no se necesita más que leer la prensa deportiva -con espíritu crítico, eso sí- y observar como a las palabras se les da un valor inadecuado, y a los sentimientos un aval no correspondido.


Después del resultado del Madrid.-Barcelona, algún titular deportivo se refería a que "se ha ensuciado el honor de la camiseta". Vaya ridículo. ¿Desde cuando una camiseta tiene honor?En este campo -y básicamente alrededor del dios futbol- las barbaridades surgen al querer mezclarse negocio con ocio, dinero con sentimiento, cuando ambos conceptos son opuestos practicamente siempre.


Y en general el más práctico de ellos, aprovecha para utilizar al más noble -generalmente el otro- en su propio provecho. Hasta el punto de que los poseedores de los sentimientos no son los mismos que los dueños -si, dueños- de la estructura. Al dueño solo le afectan los sentimientos cuando pierde dinero, y no hablamos de sentimientos nobles precisamente. Mientras, a los forofos, los sentimientos les afectan siempre a la salud.