Ha pasado una semana.
Siete días sin tener a Mois. Los que me conocéis seguro que sabéis quien era
Mois pero para los demás diré que Mois (abreviativo de Moisés) era un gato,
hermano (creo) de Nano, otro que marchó a otra dimensión bajo las ruedas de un
coche, hace un año. Nano era el zalamero a pesar de haberle extraido sus
atributos de macho para que –al parecer- no hiciera excursiones. Murió en una
excursión de quinientos metros. Mois en aquel momento era más esquivo, menos
cariñoso.
Sin embargo, como si
se hubiera dado cuenta de la falta de Nano, Mois, cambió. Cambió lo que puede cambiar un
gato, un individuo cariñoso cuando
quiere serlo, zalamero cuando a él le da la gana, jugueton cuando está de
buenas… En el fondo, como todos los gatos, lo que le da la gana cuando le da la
gana.
Pero acaban teniendo
su rutina y Mois empezó a ser más afectuoso después de la marcha de Nano. Por
las mañanas temprano venía a dar los buenos días, miagaba para avisar, subia a
la cama para que te pusieras boca arriba y se echaba en tu pecho para que le
acariciaras la cara, retorciendo la cabeza hasta que prácticamente te pegaba
los pelos del hocico en la cara. Estaba como quince minutos haciendo eso, hasta
que te pedía que te levantases a echarle el desayuno. Si te encontraba en el
baño –haciendo mayores- se subia al colo hasta que lo echabas de allí. Los
ratos libres los pasaba echado en el respaldo del tresillo pendiente de que le
diéramos la comida a la abuela. En ese momento se sentaba en la mesa, al lado
del plato para ver lo que sobraba para él. De cuando en cuando se tumbaba en el
suelo y se retorcía para autorrascarse la espalda, pidiendo que tú le rascases
la barriga. Cuando cansaba y estaba satisfecho desaparecia para irse a
cualquier habitación a dormir o de juerga nocturna para usar lo que Nano no
tenía.
Pero un sábado de
mañana nos avisaron de que estaba en una cuneta. Fui a buscarlo y lo encontré
con la columna y la cadera rotas y la parte de atrás reventada. Le había pasado
por encima la rueda de un tractor porque había piedras alrededor y encima de
él. Miagaba e intentaba arrastrarse impulsandose con las manos pero no era
posible; se dejó acariciar y pedia que le cogieses la cara con las manos. Eso
le relajaba. No sé como sienten el dolor los gatos pero parecía que no tenía
dolor.
Para ayudarle a
marchar le bajamos a la veterinaria y con sosiego se fue. Lo tenemos bajo
tierra cerca. Y de eso hace una semana
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