Si acudimos a la RAE o a entidades similares para que nos
definan la palabra ORGULLO, se dan una serie de calificativos coincidentes que
van desde ARROGANCIA hasta VANIDAD aunque también recogen como acepción que
ambas palabras pueden DISIMULARSE cuando se refieren a causas nobles.
Y es precisamente esa ambivalencia la que hace que la
existencia de esa VIRTUD-PECADO sea altamente manipulable tanto por la o las
personas que lo cacarean como por aquellos otros que apoyan en su existencia
INDETERMINADA, unas intenciones soberbias o utilizables social y políticamente.
Como todo, únicamente un espacio crítico y argumentado puede
clarificar el valor lingüístico, político, social, cultural que quiera
utilizarse. Si una determinada orientación sexual (y en ocasiones visual) usa
el sustantivo acompañado de otro adjetivado, puede entenderse que hay una
apropiación de algo y que los no adjetivados renunciamos a estar orgullosos.
Y para mí está sobradamente claro que hay una intención
(quizás no suficientemente prevista) de arrancar la palabra al conjunto social.
Simplemente porque el “otro” orgullo no se muestra y no se pregona ni festivalea.
Creo que no soy homófobo aunque éste es un título que
generalmente no se autopregona. Son otros los que lo otorgan y además de manera
incuestionable. Es lo que se acepta como sentencia social o política expresiva
correcta. Generalmente lo hacen aquellos que se autodefinen como vigilantes de
la moral pública. Los superiores morales (termino que nunca aceptarán
públicamente) que sabemos que están aunque no se vean.
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