Como ocurre en casi todas las ocasiones en las cuales hay
que optar por algo o alguien, siempre aparece el justiciero que pretende
descalificar al otro y cierto que casi nunca da argumentos.
En esta ocasión y después de las recientes re-elecciones, un
amigo –real y de facebook- coloca en su muro (y en consecuencia en el mío), la
entrada que recojo en la fotografía. Es habitual en él hacer comentarios de
determinada línea que respeto muy profundamente (aunque alguna vez le haya
comunicado mi opinión contraria), como no podía ser de otra manera, porque yo
todavía pongo la amistad por encima de la opinión.
Volviendo a la opinión, no sé si con intención irónica o
sarcástica (no es lo mismo), pero
difícil de entender en el
lenguaje escrito, empieza situándose políticamente y a continuación
recoge una reseña sobre la empatía. Por tanto uno se imagina que va a aplicar
la reseña por encima de su opinión y la de los otros, es decir, respetándose
mutuamente, precisamente por empatizar. Pero no, a continuación se olvida del
argumento y vuelve a desempatizar.
Y recojo esta anécdota porque me parece paradigmática de
nuestra juventud. De esa juventud culta, inquieta, provocadora de la que se
dice (como siempre se ha dicho en todo tiempo), que es la más preparada de la
historia. Y que, sin embargo argumenta desde la contradicción para convencerse
ellos mismos. Una juventud que ha sido y es, la generación más afortunada de
nuestro país a lo largo de los últimos cien años, pero a la que le falta asumir
su propia historia que es la historia de quien, en general, no ha tenido más
ocupación a lo largo de sus primeros
veinticinco años, que la de dedicarse a formarse (los que han querido) y,
obviamente, a disfrutar esa etapa de la vida como ninguna antes lo había hecho.
Quizás por eso no valoren lo que tienen, lo suficiente como para conservarlo y
luego mejorarlo.
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