Debería estar prohibido hacerse mayor. Hay un tiempo en el
que uno vá de sobrado. Entiende de todo y lo domina todo. Si hay algo que no
domina no se le nota. Se lanza a la piscina con desparpajo y los demás, sino
convencidos, si vencidos, tiran la toalla.
De sus teóricos problemas son culpables sus antecesores; de
sus prácticos desencantos, son culpables sus antecesores. Sus antecesores –según
ellos- lo tenían todo: un horizonte despejado, trabajo a tutiplén, progreso
medible dia a dia, ninguna preocupación personal… Incluso pudieron jubilarse con una pensión
fija y suficiente para continuar su mundo feliz incluso cuando fuesen mayores.
Porque hasta entienden (los jóvenes) que la felicidad debe ser propiedad suya.
Y a éste análisis se apuntan los medios de comunicación,
dedicando un dia y otro a recordar la mejor y más preparada generación, la
vitalidad que representan, el afán de cambio de todo, la postura de
cuestionarlo absolutamente todo… Es decir, se dedican a dar incienso a quien
realmente no lo necesita porque –problemas al margen- no solamente están en la
etapa más creativa y feliz de su vida sino que, además, sus preocupaciones
generales son mínimas.
Ahora se habla –todos los días- de su emigración, de que se
tienen que marchar a buscar trabajo fuera. Y, aunque es real que por lo que sea
(además de la crisis), ciertamente aquí no hay trabajo para tanto titulado
superior, también es cierto que estamos en un mercado amplio donde ni siquiera
el idioma es una limitación porque su preparación lo ha incluido. Por tanto lo
que analiza no es un fenómeno emigratorio al estilo de siempre (como el de
España en los 50), sino una emigración de calidad, en la cual no necesitan
pasaporte para moverse, están acogidos en casi todos los países por ayudas de
tipo social y, además, si va mal siempre pueden volver a un lugar donde no es
demasiada la abundancia, pero siempre habrá un sitio en su casa, al amparo de
la pensión del padre o el abuelo, y donde, si se ha elegido esa opción de
volver, no habrá el desencanto y la cierta vergüenza que el regreso implicaba
en los años de la gris emigración de este país.
Porque alguno creía –y así nos lo han vendido- que la salida
al extranjero era solo para hacer turismo. Pues no. En cierto modo salir al extranjero,
al margen de la necesidad, no deja de ser un lujo, un lujo ganado también por
sus antecesores, por esos que, según algunos jóvenes nadaron en las aguas de la
abundancia.
Que tengan un buen día.
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