lunes, 11 de enero de 2016

NUESTROS JOVENES TIENEN QUE EMIGRAR... (Algo habremos hecho mal)


Debería estar prohibido hacerse mayor. Hay un tiempo en el que uno vá de sobrado. Entiende de todo y lo domina todo. Si hay algo que no domina no se le nota. Se lanza a la piscina con desparpajo y los demás, sino convencidos, si vencidos, tiran la toalla.
De sus teóricos problemas son culpables sus antecesores; de sus prácticos desencantos, son culpables sus antecesores. Sus antecesores –según ellos- lo tenían todo: un horizonte despejado, trabajo a tutiplén, progreso medible dia a dia, ninguna preocupación personal…  Incluso pudieron jubilarse con una pensión fija y suficiente para continuar su mundo feliz incluso cuando fuesen mayores. Porque hasta entienden (los jóvenes) que la felicidad debe ser propiedad suya.
Y a éste análisis se apuntan los medios de comunicación, dedicando un dia y otro a recordar la mejor y más preparada generación, la vitalidad que representan, el afán de cambio de todo, la postura de cuestionarlo absolutamente todo… Es decir, se dedican a dar incienso a quien realmente no lo necesita porque –problemas al margen- no solamente están en la etapa más creativa y feliz de su vida sino que, además, sus preocupaciones generales son mínimas.
Ahora se habla –todos los días- de su emigración, de que se tienen que marchar a buscar trabajo fuera. Y, aunque es real que por lo que sea (además de la crisis), ciertamente aquí no hay trabajo para tanto titulado superior, también es cierto que estamos en un mercado amplio donde ni siquiera el idioma es una limitación porque su preparación lo ha incluido. Por tanto lo que analiza no es un fenómeno emigratorio al estilo de siempre (como el de España en los 50), sino una emigración de calidad, en la cual no necesitan pasaporte para moverse, están acogidos en casi todos los países por ayudas de tipo social y, además, si va mal siempre pueden volver a un lugar donde no es demasiada la abundancia, pero siempre habrá un sitio en su casa, al amparo de la pensión del padre o el abuelo, y donde, si se ha elegido esa opción de volver, no habrá el desencanto y la cierta vergüenza que el regreso implicaba en los años de la gris emigración de este país.
Porque alguno creía –y así nos lo han vendido- que la salida al extranjero era solo para hacer turismo.  Pues no. En cierto modo salir al extranjero, al margen de la necesidad, no deja de ser un lujo, un lujo ganado también por sus antecesores, por esos que, según algunos jóvenes nadaron en las aguas de la abundancia. 
Que tengan un buen día.

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