En los últimos tiempos llama poderosamente la atención el
nivel de credibilidad que los medios de comunicación están adquiriendo en la
ciudadanía. Hasta el punto de que la gente repite las palabras, los epítetos y
las retahílas que aquellos recogen.
Aparecen como los nuevos justicieros porque, aunque al final
resulte mentira todo lo que han tirado sobre determinadas personas, el hedor y
la visión que han creado, queda para siempre. Y además a ellos les sale gratis
por alegar libertad de información, secreto profesional y en el peor de los
casos, reproducirán una sentencia condenatoria
y pagarán una multa o indemnización que, por muy elevada que sea, tienen
ya prevista mediante seguros o fondos preparados.
En general son tan capaces de crear opinión y lo hacen a tal
velocidad, que consiguen que unas noticias pisen a las otras, de manera que uno
olvida las de la semana anterior para hacer sitio en las de la semana presente.
Ya no son los que expresan la opinión pública o publicada. Crean opinión. Y
además han conseguido que los demás califiquen a quienes les leen como fachas o
progres. Uno que ya es mayor, echa mucho de menos aquellos periódicos de los
ochenta, variados, serios, rigurosos.
Cuando alguien se les enfrenta por el tratamiento de algunas
noticias, se defienden diciendo que ese alguien quiere matar al mensajero, sin
reconocer nunca que ellos crean y/o manipulan el mensaje en muchas ocasiones.
Pero esta apreciación mía seguro que no es muy compartida.
En todo caso la entenderá solamente aquel o aquellos que lean TODO lo que cae
en sus manos, aunque es cierto que la mayoría, únicamente lee el periódico al
cual sigue fanáticamente convirtiéndose en objeto manipulable con mucha
facilidad.
Saben que nadie tiene tiempo ni medios para hacer seguimiento
de sus noticias, aún entendiendo que el uso de internet puede favorecer el
seguimiento. Pero ellos se encargan de que el acceso a noticias enfocadas mal
en un determinado momento, desaparezcan de la nube.
Curiosamente, cuando alguien es llevado ante los tribunales
por haber insultado, injuriado o levantado falso testimonio, suele ser
suficiente con alegar que lo leyó en tal o cual periódico y que lo único que
hizo fue reproducirlo. Con ese alegato queda exento de responsabilidad y a
casita. La cosa no pasaría del acto de conciliación. Y ello aunque la mancha y
el olor quedasen ya definitivamente porque se volverá sobre ello en muchas
ocasiones.
Que el lector no entienda que no estoy asqueado por la
insoportable corrupción del país.
Simplemente pretendo apartar la paja del trigo, porque muchos medios, al
albur de la epidemia que tenemos, lejos de intentar aclarar o informar sobre
los temas, añaden otros y otras personas, sin ningún tipo de rigor.
Siempre cuento una experiencia personal que hizo que un
partido “muy ético”, introdujese mi nombre en una anormalidad administrativa de
un político, presentándome como colaborador por mi condición de funcionario
próximo al político. La realidad demostraba que, yo no estaba en el puesto de
funcionario desde cinco años antes, por ello era imposible mi participación en
los supuestos hechos. El periodista (¿) que había dado la noticia, era conocido
mío y sabía que estaba mintiendo. Alegó que la noticia se la habían pasado de
un partido político. La noticia (¿) apareció en primera página de un periódico
regional que hoy no existe. A través de abogado solicité la corrección al
partido origen de la noticia, cosa que hicieron por escrito de manera inmediata
y tengo la carta en mi poder. Sin embargo en el periódico en cuestión, nunca
apareció el desmentido.
Precisamente la experiencia anterior hace que desconfíe en
general de casi todas las noticias que aparecen en prensa. En muchos casos,
noticias “bomba”, desaparecieron como azucarillos sin que la prensa pidiese
perdón (cosa que ellos exigen permanentemente a los demás), y en otras, el
final se parece poco al principio quedando por el camino multitud de efectos
secundarios de gente que pasaba por allí o que, en algún caso reciente,
simplemente se llamaba como uno de los procesados.
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