Desde hace ya largo tiempo tiende a confundirse a la persona
ocurrente con la persona ingeniosa y nada más lejos de la realidad. Incluso se
ha llegado a supravalorar a la persona ocurrente como si fuese más inteligente,
hasta el punto que las expresiones ocurrentes se valoran ahora mismo como
titulares de prensa.
Sin embargo es necesario señalar que la ocurrencia tiene su
final en si misma, se agota con su misma expresión. En definitiva, no tiene
contenido alguno aparte de la mayor o menor gracia que provoque en los
presentes. No tiene nada ni dentro ni después. Pero resulta atractiva para la
prensa porque es un titular (vacío pero titular), sobremanera cuando quien la
expresa tiene algo de “autoridad”, no en la expresión clásica de “ser autor de
algo”, sino en la reciente de poder mandar.
Sin embargo el ingenio es un valor en si mismo y también en
su conscuencia, aunque últimamente no se
aplique a quien es su sujeto o autor. Porque en este caso sí debería ser
autoridad quien lo tiene y lo expresa por cuanto siempre es origen de algo y su
validez trasciende el momento concreto. Pero no implica titulares de prensa y
generalmente “la autoridad no suele ser ingeniosa”. El ingenioso es aquel capaz
de pensar con claridad y rapidez y únicamente coincide con el ocurrente en la
rapidez. Porque no siempre el comentario del ocurrente –a pesar del diccionario
de la Lengua- es original y casi nunca –a pesar de su valor sinónimo-, ingenioso..
Por eso mismo últimamente hay tantos ocurrentes y tan pocos
ingeniosos, es decir, tantos Pla y tan pocos Quijotes. Nos queda la esperanza
de saber que los ocurrentes no pasarán a la historia y los ingeniosos si.
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