domingo, 12 de septiembre de 2010

Frivolidad

Un domingo, temprano, cuando cogí el coche la radio sintonizó un programa mañanero. De esos que van al corazón. Al otro lado del teléfono, una mujer que, por su tono de voz, parecía estar en una encrucijada tremenda debido a la separación reciente –y amistosa según ella- que se había producido en el matrimonio. El tema estaba servido y daba juego: tema de mucha actualidad –aunque menos por la crisis-, señora compungida, deprimida, con un estado de ánimo que inducía a la misericordia, y por supuesto al apoyo moral a través de la palabra.

La periodista que llevaba el programa, apenas opinaba, pero la experta (¿) sí lo hacía. Y lo hacía desde la agresividad, tomando partido de manera muy clara, sin tener prácticamente ningún tipo de información. La mujer, llorosa, acertó a decir que la separación había sido amistosa, que no tenían apenas bienes, que ella se había quedado con la casa, y él con el dinero –todo de mutuo acuerdo-, que ella tenía como único trabajo el cuidado de un niño. A pesar de la falta de información, la experta no se cansó de repetirle que fuese a un buen abogado, que aunque hubiesen firmado capitulaciones, debería corresponderle lo que la ley le da, que era la parte débil del problema, etc. etc. La mujer decía que no podía ir al abogado porque no tenia dinero y a esto se le decía que no se preocupase, que cuando le dieran lo suyo (nadie sabe lo que era porque la mujer se cansó de repetir que no tenían nada), el abogado cobraría de ahí, y bla bla bla.

Imagino que la situación tendría mucha más información, muchas más aristas. Pero los medios se quedan –aunque a veces no lo pretendan- en el morbo. Rápidamente señalan víctimas y verdugos, con un ligereza exasperante, como en este caso. Con una frivolidad que de verse las caras, haría que se les cayesen a tiras. Pero no se ven… Sobre todo cuando se habla de otros o cuando estando presentes todos, se aprovechan del nerviosismo o del descaro de los que no pueden soportar una cámara o un micrófono, o de los que se sienten el rey del mambo cuando tienen delante el micrófono o la cámara.

A igual que ocurre con los políticos, abusan de su impunidad. Saben que para ellos no hay precio. No les va a pasar nada. Y se permiten actuar de asesores públicamente olvidando en muchas ocasiones el aforismo chino de “antes de salir a arreglar el mundo, date tres vueltas por tu casa”.

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