Un domingo, temprano, cuando cogí el coche la radio sintonizó un programa mañanero. De esos que van al corazón. Al otro lado del teléfono, una mujer que, por su tono de voz, parecía estar en una encrucijada tremenda debido a la separación reciente –y amistosa según ella- que se había producido en el matrimonio. El tema estaba servido y daba juego: tema de mucha actualidad –aunque menos por la crisis-, señora compungida, deprimida, con un estado de ánimo que inducía a la misericordia, y por supuesto al apoyo moral a través de la palabra.

Imagino que la situación tendría mucha más información, muchas más aristas. Pero los medios se quedan –aunque a veces no lo pretendan- en el morbo. Rápidamente señalan víctimas y verdugos, con un ligereza exasperante, como en este caso. Con una frivolidad que de verse las caras, haría que se les cayesen a tiras. Pero no se ven… Sobre todo cuando se habla de otros o cuando estando presentes todos, se aprovechan del nerviosismo o del descaro de los que no pueden soportar una cámara o un micrófono, o de los que se sienten el rey del mambo cuando tienen delante el micrófono o la cámara.
A igual que ocurre con los políticos, abusan de su impunidad. Saben que para ellos no hay precio. No les va a pasar nada. Y se permiten actuar de asesores públicamente olvidando en muchas ocasiones el aforismo chino de “antes de salir a arreglar el mundo, date tres vueltas por tu casa”.
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