Lo que habitualmente vemos de los políticos en los medios de comunicación, es una foto en la que aparecen con una risa de oreja a oreja, bien con una copa en la mano, o un pincho, pero siempre riéndose.
Uno recuerda anécdotas como la de aquel boxeador que al dar un pésame se le escapó una felicitación, y otras con más alcance como la reciente de nuestro presidente con Mohamed VI comentando que lo importante es la foto.
No es mi intención volver sobre la deficiente calidad de nuestros dirigentes, y lo que es peor, la gran capacidad que tienen para decidir –generalmente sin informes adecuados-, en base a una buena-mala noche, sin medir el alcance de las decisiones y la incidencia que las mismas tendrán en los ciudadanos de a pié. Eso sí, siempre con una sonrisa.
El paladin de las sonrisas permanentes es Zapatero. Es dificilísimo verle en alguna situación, sin la sonrisa de oreja a oreja, en ocasiones circunflejada con los movimientos de las cejas. Y es igual lo que esté contando, tanto si habla de desgracias –que para él nunca lo son porque tendrán parte positiva- como si está en un funeral. La sonrisa, más o menos marcada, siempre estará presente.
Pero ocurre que, lo que debiera ser muestra exterior de felicidad interior, se pervierte. O muy retorcido es quien la muestra o resulta totalmente imposible creerse que quien sonríe es feliz por haber llevado a muchos ciudadanos a situaciones límite, o quien por dentro debe ser consciente de que está anulando montones de sueños de otros, o quien, en algún lugar de su intelecto, y a pesar de la sonrisa, debe ser consciente de que lo que está mostrando es una insatisfacción personal, o cuando menos, una felicidad tan liviana, que a los dos minutos se ha convertido en desengaño.
La foto de sonrientes más próxima en el tiempo, corresponde al grupo de dirigentes del PP que, bajo la batuta (y nunca mejor dicho) de Gabino de Lorenzo, teniendo de solista al propio Ovidio, y acompañados todos ellos de una “recua” de allegados, interpretan a su manera la que posiblemente se transforme en “sinfonía final”, sin haber valorado mínimamente el alcance de lo que decidieron, pero eso sí, con una sonrisa que, deformada parcialmente, podrá convertirse en mueca (tampoco hay tanta distancia). En cualquier caso, muy posiblemente, deja entrever la poca confianza en lo que celebran, lo cual tendrá un precio más o menos inmediato, en alguno de los que han posado para la foto. Por si acaso, también compraron el cupón de la ONCE.
Y es curioso porque la sociedad (o al menos quienes la interpretan), se quedará con la foto. De Aznar únicamente se recuerda en los medios, la expresión seria, rozando el enfado, de su ceño. Cuando se reía, lo hacía sin pararse en la plasticidad de su gesto. Sin duda era sincero. De no ser así, se le notaría. A otros, como siempre están sonriendo, no se les puede interpretar…
De Felipe queda la sonrisa burlona, aunque cierto que su seriedad expresaba, si no su propio sentimiento, sí el sentimiento colectivo ante situaciones delicadas. Suárez también sonreía de manera franca, y se ponía serio cuando debía. Calvo Sotelo, como buen gallego, no dejaba escapar su estado de ánimo a través de la cara. Prácticamente siempre tenía el mismo gesto. Se constata ésto una vez que dejó sus reponsabilidades.
Pero, éste señor que tenemos de Presidente, siempre está sonriendo. Incluso como dije antes en situaciones desagradables, también parece que sonríe. Si la cara es el espejo del alma, la de nuestro presidente debe ser muy aburrida: siempre contenta.
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