En política, los grupos que han
surgido siempre para rentabilizar el descontento o el cabreo, empiezan con una
cierta base de apoyo y se diluyen enseguida, dejando unos cuantos cadáveres y
los sinsabores a aquellos que en su momento los apoyaron y acaban por quedarse
huérfanos, dándose cuenta de que el cabreo no suele ser casi nunca un acierto
en la orientación.
Por supuesto que hay cientos o
miles de argumentos que justifican la mala leche de la gente, el hartazgo y el
desencanto. Incluso podemos asegurar que sobran razones para cabrearse y a algunos incluso, para no dejar títere con
cabeza. El desencanto, pese a ello, no es buen consejero. Los que ya no
peinamos ni siquiera canas, lo sabemos. Por lo menos, somos casi la mitad de la
población, porque la otra mitad está secuestrada en alguna opción política,
bien porque está a gusto, bien porque –como dicen- en su familia siempre fueron
de… Demoscópicamente somos uno de cada
dos los que, si no en todas, sí en muchas elecciones, cambiamos a menudo de
opción. Y, al parecer somos los que inclinamos la balanza.
Y es que las emociones son
difíciles de explicar. Hay que sentirlas. Y la masa para eso es muy receptiva
porque diluye las posibles responsabilidades y a veces hasta las consecuencias.
Y lo que a veces aceptamos para explicar fanatismos deportivos, también sirve
para explicar otro tipo de seguimientos ciegos. La diferencia suele estar en la
consecuencia del fanatismo. Mientras en lo deportivo queda en el hecho en sí,
aunque pueda ser hasta dramático, en la política, no solo dura un montón de
tiempo sino que los productos van a afectar –para mal o para bien- a millones
de personas, algunas de las cuales son totalmente ajenas a las decisiones.
Por todo ello, creo que el cabreo
no puede ser el único elemento a tener en cuenta para tirar por el retrete a un
montón de opciones, ni para culpar de nuestras desgracias (a veces irreales
aunque alguno las sufra) a muchos que no han tenido nada que ver con las
decisiones. Y mucho menos para apuntarse a las esferas de aquellos que, jugando
con ese sentimiento, nos calientan y aplauden los oídos con frases bonitas que
nos encanta escuchar; con serenatas que suenan bien e incluso en ocasiones es
necesario que alguien nos las cante. El cabreo debe hacernos más selectivos, más
analizadores, más realistas, para procurar no volver a equivocarnos. Pero no
puede ser un billete único para un tren del que no sabemos qué dirección va a
tomar ni siquiera cómo va a resolver lo que critica, porque de hacerlo, de
nuevo nos volvería el desencanto y quizás en un nivel más grave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario