Hay quien dice que no es la
primera vez en la historia que España pasa por una fase tan deplorable. Incluso
señalan que la anterior apenas tiene 20 años y coincidió con los últimos
momentos del felipismo. Tambien otros
señalan que de épocas similares salieron otras muy productivas en todos los
órdenes. Pero lo cierto es que a uno se le hace infumable lo que está viviendo
nuestro país, y ello pese –al parecer- a haberlo vivido ya en función de su
edad.
Alguien dijo también en otra
ocasión que es preferible tener un modelo aunque sea equivocado, que no
tenerlo.
Lo cierto es que en los últimos
veinte años nos fueron retirando elementos de contraste e incluso valores (al
parecer erróneos), sin ocupar ese espacio con nada, con un relativismo que
embalsamaba lo existente para cuestionarlo absolutamente todo sin llegar nunca
a elaborar nada.
Cojamos el ámbito que cojamos,
podemos aplicarle la teoría de los últimos decenios: ¿Dónde pone que eso debe
ser así?. Si hablamos del acceso al trabajo y se nos ocurre decir que son
afortunados los que hoy lo tienen, rápidamente vienen los filósofos de la nada
(que tienen trabajo) y nos dicen que ellos no son afortunados porque lo suyo es
un derecho.
Lo que debería ser anecdótico se
convierte en norma. Recuerdo cuando hace alrededor de dos años, uno de esos
absurdos movimientos sociales amparados en el zapaterismo laizante de la época,
se dedicaba a buscar formas para practicar la apostasía de la iglesia católica.
Sí, solo de la católica. Incluso daban instrucciones y regalaban impresos para
la solicitud on line. Recordando eso, me extraña que no exista el derecho de
apostasar (¿se dice así?) de un país; es decir, acudir al registro civil para
darse de baja definitiva o transitoria.
Porque uno tiene cientos de
motivos para borrarse y no solo apearse como se hacía en el 68. Desde la
mofetación de la vida política, pasando por el asco de la económica y sin
abandonar el descrédito de la cultural y educativa. Lo que hace veinte años se
remitía a roldanadas, veradas, acaixadas, guerradas, naseiradas, etc.. ahora es
epidémico. Ha contagiado incluso a los medios de comunicación de masas donde se
ha instalado también el vocinglerio, la mediocridad, cuando no el aburramiento.
Exprimen la leyenda casi real de las dos Españas llevándola al máximo. Cada
grupo representa a una de las Españas y el contenido suele ser el alimento.
Un país donde las tertulias se
hacen para ver quien grita más, quien interrumpe mas, quien aportando menos
tiene más gracia; donde sea cual sea el objeto a tratar lo importante es el
envoltorio, la imagen, la estética… Están en candelero programas que viven de
la ocurrencia a base de destripar cosas que han hecho otros, manipulando
palabras e imágenes como utilización carroñera –dios sabe con qué interés-,
siempre utilizando los mismos mimbres. Y curiosamente este tipo de programas
tiene multitud de seguidores jóvenes.
Y de las redes sociales ¿qué me
dicen?. Un invento impresionante –quizás el mayor de los últimos siglos- que va
camino de abonar (en el sentido de abono
no orgánico) todo lo que antes señalaba. Hay un montón de chats que
viven del insulto, el racismo. Hacen que
la gente se gaste trescientos euros en un artilugio de NNTT y luego ochenta al
mes para utilizarlo, y esa misma gente se queja de que les hayan subido las
tasas universitarias, el autobús público, el iva de los conciertos… Hipocresía
total. Y asi estamos…