Cualquiera con un mínimo de conciencia y sensibilidad es
capaz de solidarizarse con el dolor de aquellas personas que han perdido el
contacto con un ser próximo, de manera abrupta, a través de un secuestro, un
asesinato, una huida, o cualquiera otra forma, y que no son capaces de
encontrarlo ni vivo ni muerto, alimentando un sueño profundo y doloroso durante
mucho tiempo, derivado precisamente de “no saber nada”.
Cuando nos presentan los medios casos sangrantes como los de
los niños de Córdoba, los de la chica de Sevilla, y muchísimos más, se nos
revuelve el cerebro y pensamos inmediatamente en el infierno que están
sufriendo en vida sus próximos.
Indudablemente la distancia es abismal pero a mi me acaba de
ocurrir con mi gato. Nano era nieto de Musi que nos había acompañado durante
quince años y que, al marchar, quiso dejarnos algo que prácticamente era igual
que él. Rubio, meloso, jugueton… Para que no tuviera determinado tipo de
problemas decidimos castrarlo y durante el año y medio que estuvo en nuestra
casa (en el campo) tenía libertad y a veces tardaba 12 horas en venir. Pero
siempre que salias al exterior y le gritabas llamándolo, tardaba poco en
aparecer. Jugaba con su hermano Mois y en vacaciones con su primo Tizón.
Siempre dormía en casa, incluso en la cama, debajo de la sábana y apoyando la
cabeza en mi hombro. Solo cuando tenia mucho calor salía a dar una vuelta por
la casa, bebía y volvia al mismo sitio avisando con el hocico y la lengua para
que se le hiciera sitio.
Y el domingo, salió a las ocho de la mañana y ya no volvió.
Lo buscamos y llamamos hasta la extenuación, pero sin respuesta. Incluso su
hermano apenas sale de casa pese a que era un pispante (no está castrado). No
sé si tiene algún nivel de conciencia de lo que le pasó a su hermano pero no
está de humor.
Y es en este momento cuando el no saber que ha sido de él,
no saber si está vivo o muerto, no saber si está sufriendo en algún sitio, no
saber realmente lo que pasó se convierte en un pequeño infierno. Nada comparable
a lo que ocurre con un ser humano. Pero precisamente este dolor del
“desconocimiento” me ha permitido la vivencia en pequeño de lo que estarán
sufriendo los padres de Marta, la madre de Ruth y Jose, y tantos otros en
situación similar. A veces no entendía del todo la petición que hacían de que
“necesitaban ver, incluso un cadáver”. Ahora lo entiendo mucho mejor. El
desasosiego que provoca el “no saber nada” es el peor de los escenarios, y el
peor de los infiernos para los allegados. Realmente debería ser una tragedia en
vida para los causantes de ese dolor. Y sin embargo es al revés.
Algo falla en nuestra civilización para que en ocasiones la
confusión se apodere de quienes no tienen ninguna culpa y sin embargo en los
realmente culpables no se aprecia ni siquiera un rictus de dolor. En algún
lugar, en algún tiempo esto tiene que corregirse.
Y el dolor no se mitiga con el recuerdo aunque éste ayude a
llevarlo. En mi caso cuando Nano se retorcía entre mis rodillas, mostrándome su
barriga para que le rascara, o el lomo para que le acariciara, y su
agradecimiento abrazando sin sacar las uñas, o arrastrando el lomo contra mis
piernas, o corriendo y volviéndose loco detrás de una bolita de papel de albal.
O haciendo “rodillo” con sus manos en el rollo de cocina, o jugando a
esconderse para dar un salto cuando se sentía descubierto. Y como no sabemos
nada de él, más de una vez vuelvo la cabeza mirando a la ventana, con la
sensación de que está detrás esperando a que le abra.
No sé como llevaran el dolor las personas a las que me he
referido y otras de casos similares. Imagino que muy mal y muy pocas cosas se
lo aliviaran mientras no lleguen a “ver” a su ser querido en la situación que
sea, pero verlo. Solamente en ese momento podrán empezar de nuevo. Si no es así
se irán con la melancolía que a ellos les ha impedido vivir con plenitud
mientras a los culpables les hacen entrevistas en TV y prensa, les pagan por
sus relatos… ¿Pero en que civilización vivimos?
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