Acabo de leer el periódico. Es lo mismo uno que otro, pero en éste, aparecía una noticia relacionada con la triste memoria histórica que validaba el principio (inexistente) de anti-contradicción que nuestro Presidente ha puesto en boga. Venía a decir que no aconsejaba investigar una fosa común en el ayuntamiento de Aller porque no había garantías de poder identificar los cadáveres. A continuación la AMH –o una equivalente- sugería que el lugar fuese adecentado para que los familiares pudiesen visitar el lugar en que estaban sus parientes. El conjunto de ambas sugerencias no tiene pérdida. Veamos. No se debe investigar porque es posible que no se puedan identificar los restos, es decir, no saber a quien pertenecen (¿o por si no existen?¿o por si son otros?). Si no se sabe a quien pertenecen los “familiares” que se aproximen al lugar tienen una relación “familiar” basada en la tradición oral, o en cierta información que no se sabe de donde viene. En cualquier caso la familiaridad puede tener atisbos de duda por cuanto pueden ser otros los que estén allí, puede no ser nadie…
Da verdadero asco que se traten con tanta frivolidad los sentimientos, y cuando no es frivolidad, es sectarismo, revanchismo o incluso desconsideración. Hasta yo, al escribir ésto, intento medir las palabras para no hacer daño y si con alguien anónimamente referido no lo consigo, les pido perdón por anticipado. Pero es que la noticia se las trae. Igual que todas aquellas que nacen con una intención escénica e interesada –sea sobre el tema que sea-, aunque en el trayecto siempre cogen a gente de buena fé que se engancha por sentimientos no suficientemente medidos.
Y al final resulta que los que plantean estas cosas, sacan su rendimiento. Desde las primaveras que me acompañan, he escuchado miles de historias de otros tiempos en los cuales las discrepancias eran resueltas (¿) por la vía de los más bajos instintos y cómo muchos desalmados aprovechaban el río revuelto para sus ganancias personales. Quienes lo contaban, con resignación asumían las barbaridades sabiendo, quizás, que también ellos habían hecho alguna. La única diferencia estaba en que ellos lo contaban y otros no podían hacerlo. Era indistinto el balcón desde el que hablaban. Las barbaridades eran las mismas.
Ahora aparecen iluminados para volver a enfocar los balcones (o el balcón) y conseguir rememorar hechos que estaban enterrados ya que es imposible volver atrás. Y no es el tema de la dignidad, que es inherente a la persona. No hay que conquistarla. La tendrá el que la tenía y el que no la tenía no la tendrá, por mucho que muevan la tierra.
Yo también tengo lejanos familiares que me han dicho que están en determinado lugar. Cuando paso por allí, siento lo mismo que cuando paso por donde descansan mis muy próximos familiares en el camposanto. Un recuerdo muy, muy profundo. Muy mío.